JOSE MANUEL ARANGO. BIOGRAFIA Y POESIAS.

JOSE MANUEL ARANGO. POESIA.

José Manuel Arango (1937 - 2002)

José Manuel Arango (1937 – 2002)

José Manuel Arango nació en Carmen de Viboral, Antioquia, en 1937. Fue profesor de Lógica simbólica en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Antioquia durante casi tres décadas. Cofundador y coeditor de las revistas Acuarimántima y Poesía, de Medellín, e Imago de Copacabana. Premio Nacional de Poesía por reconocimiento Universidad de Antioquia, en 1988.
Escribe una poesía rigurosa y elaborada. En sus primeros libros la temática se centró en el erotismo. “Es el precursor de una poesía erótica de alto aliento, no frecuentada en Colombia con tanta intensidad”, escribe Fernando Ayala Poveda. Y agrega: “Su exploración metafísica no cae en la gratuidad: aproxima al hombre frente a los interrogantes de la noche: madre nodriza de la muerte, el recuerdo, lo nocturnal del alma humana. Se emparenta aquí con Novalis. Su lírica breve tiene un universo por construir con ahínco”. Casi toda su obra se compone de poemas cortos que recogen, de un lado, un enorme acervo cultural, y de otro, una sensibilidad que se expresa en monólogos y en alusiones herméticas.

Sobre su obra, el escritor Luis Germán Sierra escribió: “La poesía de José Manuel Arango, como toda obra auténtica, nace de la pretensión casi inexistente de escribir una gran obra y tiene su asentamiento primordial en las pequeñas cosas que rodean una vida cualquiera en cualquier lugar del mundo. Ello le da, además de autenticidad, un valor universal a su arte, reservándonos la complejidad —además de manido tópico— de ese término, pero entendiendo sin complejos que esta obra ya va muy lejos de un alcance meramente local y sobrevuela con soltura aires de otros territorios, pluralísimas significaciones”.

a obra de José Manuel Arango no encaja dentro de ninguna de las tendencias bien definidas de la tradición poética colombiana e incluso tiendo a pensar que se previene de algunas de ellas. Esta impresión se justifica más aún si consideramos que Arango publicó su primer libro en 1973, a los 36 años, cuando poetas coetáneos suyos consolidaban su influyente estilo durante la década anterior. Su demora en darse a conocer le permitió sopesar con maduro detenimiento las renovadoras propuestas de sus compañeros de generación para, en una minuciosa actitud crítica, aprovecharlas en la medida que las trasformaba o matizaba. En este sentido, su poesía se aparta tanto del realismo conversacional, por entonces en boga, como de ensoñadoras evanescencias líricas, muy apreciadas hoy.
Sus auténticos derroteros creativos lo llevan a Emily Dickinson y William Carlos Williams entre otros autores. De la primera recoge la dosis justa de ambigüedad y silencio, perceptible, sobre todo, en sus dos primeros libros (cuyos poemas rara vez titula) y del segundo, la precisión objetiva de la imagen, rasgo que contrapesa el ensimismamiento de la norteamericana. Ambos enfoques coinciden en la atmósfera de poetas chinos de la dinastía Tang como Han-Shan, a quien Arango, junto a los estadounidenses mencionados, tradujo a partir del inglés en entrañable correspondencia con su propia búsqueda. La poesía de Arango comparte con la de Han-Shan un sutil acuerdo entre el tono introspectivo y la mirada objetiva en el trato delicado, casi a pinceladas, con las cosas y la naturaleza. Sin embargo, a diferencia del mundo interior del chino, el del colombiano es más inquietante y perplejo, aunque adopte parecida aceptación estoica ante la existencia.
Esta aceptación hace de él un poeta morosamente contemplativo y lo lleva a reconocer la imposibilidad del conocimiento, quedándose entre la admiración y la extrañeza:

Lección

Y nos mostró en la palma un huesecillo de pájaro
como si en él hubiera alguna lección

El poema consta sólo de dos líneas, consecuente con lo poco que puede decirse sobre algo en última instancia. La copulativa inicial subraya su carácter incompleto e insatisfactorio y el paradójico título le infunde una fina y resignada ironía.

Selección de poemas

VIII
HOLDERLIN

Quizá la locura

es el castigo.

para el que viola un recinto secreto.

y mira los ojos de un animal

terrible

.

 XXVIII

la casa que reduce la noche a límites

y la hace llevadera

cuando el ruido de una bestia en el sueño

o las palabras que sin sentido

despiertan con todo ese extraño temor

surgen como restos de una oscura lengua

que desvela el origen y la amenaza.

el techo que cubría un fuego manso

arderá.

y entonces nada habrá seguro

y será necesario de nuevo cavar

hacer.

.XLVI.

ESCRITURA.

la noche, como animal

dejó su vaho en mi ventana.

por entre las agujas del frío

miro los árboles.

y en el empañado cristal

con el índice, escribo

esta efímera palabra.

.X.

como para cruzar un río

me desnudo junto a su cuerpo.

riesgoso

como un río en la noche

.

.

CANTIGA DE AMIGO.

Y tras la incertidumbre de un instante

frente al desconocido

que luego por virtud del gesto recordado

vuelve a ser el amigo que después de la lluvia

llama a la puerta.

lo ayudamos a desnudarse

colgamos sus ropas a secar junto al fuego.

y oímos el relato de su viaje

reconociéndonos en sus maneras

de náufrago.

.EN CAMINO.

Para Gustavo Zuluaga.

1

Y, a lado y lado del camino,

ralos matojos

de helechos,

en este mes del año requemados,

resecos.

.2

Un alud, en invierno,

en el lomo del monte

dejó algo así como una dentellada

de barro rojo..

Ahí queda por meses,

tal vez por años.

Es una cicatriz

bermeja..

3

O manchones

—aquí y allá—

de un pardo rojizo.

Allí donde la pobre

vegetación de zarzas

y malezas se agosta,.

como si un terco mal

de la tierra, un matiz

del rojo de la tierra

subiera por sus tallos

y se mezclaran al bruno

de la maleza ardida..

4

Un ronroneo de colmena:

lo oye el caminante..

Más allá,

entre musgos,

hay un nacimiento..

5

Que el caminante baje

hasta aquella hondonada donde el verde

se hace más oscuro..

Encontrará, entre piedras,

un hilo de agua fría,

podrá beber un puño de agua fría

para la sed..

6

Y después el camino

se pierde en un paraje

arbolado de búcaros

y más allá reaparece

para trepar por un costillar mondo..

Sólo un camino: una delgada

incisión en el lomo

de la montaña: un arañazo

o la huella de un arañazo..

7

Ese huevo sonrosado entre la maleza.

El caminante lo alza para

remirarlo contra la luz..

8

y, por fin, una redondez.

Pero de ningún modo la redondez de un seno..

Más bien

algo como un muñón,

como el esbozo

de un cráneo..

Quizá una giba,

sí: una giba rocosa..

9

Y otra cumbre.

Otra hermosa perspectiva

de despeñaderos..

ROGELIO ECHAVARRIA. BIOGRAFIA Y POESIAS.

ROGELIO ECHAVARRIA. POESIA.

Rogelio Echavarria

Poeta nacido en Santa Rosa de Osos, Antioquia, en 1926. Se desempeñó a lo largo de toda su vida como periodista, ejerciendo esta actividad por muchos años en el diario El Tiempo de Bogotá. Ha llevado una vida discreta y reservada. Integrante de la notable generación que surgió en la vida literaria de Colombia entre los años 40 y 50 (conocida con los nombres de Cántico, o también Mito). Se considera una de las figuras más destacadas de la poesía colombiana contemporánea.
La poesía de Rogelio Echavarría, escrita con un tono sencillo, cercano al lenguaje coloquial, se ocupa de la vida cotidiana y registra también la presencia de cierto erotismo. Darío Jaramillo Agudelo escribió que “es un poeta original en la poesía colombiana porque fue el primero que abrió los ojos a la poesía de lo cotidiano y de la ciudad: y lo hizo sin abandonar el misterio esencial de la poesía. Es el precursor de una vertiente de la poesía colombiana que incorporó sin pudores el mundo circundante y la autobiografía al poema”.

EL TRANSEUNTE

Todas las calles que conozco

son un largo monólogo mío,

llenas de gentes como árboles

batidos por oscura batahola.

O si el sol florece en los balcones

y siembra su calor en el polvo movedizo,

las gentes que hallo son simples piedras

que no sé por qué viven rodando.

Bajo sus ojos —que me miran hostiles

como si yo fuera enemigo de todos—

no puedo descubrir una conciencia libre,

de criminal o de artista,

pero sé que todos luchan solos

por lo que buscan todos juntos.

Son un largo gemido

todas las calles que conozco.
 

LUGAR COMUN

Ya que no todos podemos ser

poetas

comprender lo sensible

o exaltar lo sencillo

hablemos francamente

confesemos nuestro fracaso

de hombres sin alas

de hojas muertas en el estío

nuestros empeños ciegos

sin metáforas vanas

nuestra identificación con todos

o con casi todos

y si alguien nos entiende

y fecunda nuestra impotencia

eso también es poesía

o por lo menos una gota

en la sed del infierno

cotidiano.

LA FELICIDAD

Hay miríadas de seres en el Universo

que son felices —y no te conocen.

Millones de personas en la Tierra

son felices —e ignoran que existes.

Muchos también te han visto

y son felices sin amarte.

Y algunos que te amaron

disfrutan de un feliz olvido.

¿Por qué, pues, soy yo el único hombre

para quien tú eres toda la felicidad en el mundo?

POETICA

¿Qué es poesía? preguntas.

Hago luz y —discreta

y sorprendida— huye

la poesía: ¡esa sombra!

EPITAFIO

Al fin voy a dormir

despacio

y solo.

EDUARDO COTE LAMUS. POESIA

EDUARDO COTE LAMUS. POESIA

 

Nació el 18 de agosto de 1928. Algunos biógrafos sostienen que es oriundo de Pamplona, Norte de Santander, Colombia; pero en la obra “Eduardo Cote Lamus 30 años de ausencia”, confirman su nacimiento en Cúcuta, en la casa ubicada en la calle 13 con avenida 3a.

Su primera obra, “Preparación para la muerte“, fue publicada en 1950. Después vinieron: “Salvación del recuerdo” (1953); “Los sueños” (1956), “La vida cotidiana” (1959), “Diario del Alto San Juan y del Atrato“(1958)y Estoraques” (1963).

Murió en un accidente automovilístico el 3 de agosto de 1964, a los 36 años de edad. Muy corta fue su vida, pero le alcanzó para ser abogado, parlamentario, diplomático, catedrático, cuentista, poeta y gobernador  del Norte de Santander.

 

 

OBRAS

ESTORAQUES
EDUARDO COTE LAMUS

… y llamaré la sequía sobre esta tierra
y sobre los montes y sobre el trigo
y sobre el aceite y sobre cuanto produce la tierra
y sobre los hombres y sobre las bestias
y sobre todo trabajo de vuestras manos.

(Ageo. 1:11)

 

Aquí no puede uno ni pararse, ni acostarse, ni sentarse.
No hay ni silencio siquiera en las montañas
Sino el seco estéril trueno sin lluvia.

No hay ni soledad siquiera en las montañas,
Sino ceñudos rostros rojos que gruñen entre dientes
Desde los umbrales de casas de tierra apisonada.
Si hubiese agua…

(T. S. Eliot. La tierra baldía)

Díme sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes,
por el hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos,
por siglos que son hambres,
díme cántaro roto caído en el polvo, díme
¿la luz nace frotando hueso contra hueso,
hombre contra hombre, hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol
de anchas hojas de turquesa?

(Octavio Paz. El cántaro roto)


El viento que viene y el viento que va
no son nada, en realidad, del tiempo.
El tiempo en otro sitio donde el hombre,
capaz de su destino, trazó el aire,
el arma de sus sueños, y la tierra
labró para guardarse en ella.

Esto fue en el terreno de los hombres.
Una ciudad allí cumplió la vida
si en grandeza se quiere más arriba
de los propicios cielos fulgurantes
donde el dominio de los dioses todos
hizo imperios, circunvaló las sienes
de las colinas, encontró las leyes,
convivió con lo humano dando aliento
sin para a la victoria.

Esa colina es hija de los nobles
pensamientos del dios. Y si miramos
desde la cumbre del año más alto
vemos la loba alimentando a Rómulo
y la ciudad que fue surgiendo al mundo
coronada de hazañas y de templos.

El Palatino, cierto, es diferente.
Toda la historia cabe en la mirada
y las ruinas así nos lo demuestran.
De modo que podemos ver las piedras
puntualmente ordenadas por Augusto
quien también entendió que los poetas
eran la gloria y prez de su gobierno,
fue amigo de Virgilio, el que hizo cantos
a la reforma agraria:
otra no es la intención de la Geórgicas
en donde están aún los surcos frescos
y los trigos germinan todavía,
y en donde están medidas las cosechas,
la necesaria fuerza para el brazo que lanza la semilla,
la propiedad, la ley de los viñedos
para que el vino estalle como luz,
embriague como luz aunque su llama sea roja.
Y por ahí también anduvo Horacio,
dominador de numerosos metro,
que afiló como a un hacha el epigrama
y cultivó palabras como nadie.

El Palatino está dentro del tiempo.
Su mole es como un puño alzado al cielo
en su ruina imprecando por los días
antiguos. El tramonto le golpea
su soberbia, y su piel, presa de luz
se incendia cada tarde en el crepúsculo.

Aquí el asunto es muy distinto.
Una que otra columna, cauces solos,
tierra como de sol sin sombra, sombras
como ascuas: los árboles no existen. Sólo sed
y un pueblo que da vueltas a la plaza
para ir hasta el cementerio o hasta río
sin agua. Del otro lado una muralla
con cruz, y del otro también, con cruces
donde la muerte sueña con los muertos.

El viento que viene y el que va
saben algo de todo esto: el tiempo, nó.
El tiempo está en Sumeria, en Babilonia,
en Tebas, en Nínive, en Egipto, en Creta,
en el Partenón, en los museos, en Jenofonte,
en los muros, en las ideas, en la política:
huesos de la civilización.

Aquí hay un reino de tierra y arenisca
maravillosamente sediento.

Tampoco es esto Xochimilco, Chichen-Izá
o Machu Pichu, ni la obra
de los antiguos nativos de nuestro continente porque
una piedra bajo el sol es como un cuervo en llamas.
Su piel contiene apenas
la soledad necesaria para el odio.
En su ley nada la conmueve:
ni el dominio igual que su baldón
de impotencia, ni la ignominia de saberse
sin rostro, resuelta en el orgullo.
Pero no es la derrota.
Todo lo contrario es el viento:
lo mezquino es el cuervo, porque
el cuervo es una hoguera negra.

Una piedra es ascuas bajo el sol:
el fuego en su piel es el castigo.
Acaso la sombra transitoria del cuervo
pueda hacerse solaz o carne de los dioses.
Pero, adentro, reside la batalla.
¿Quién puede pensar que en su interior
algún animal petrificado
hunda sus pezuñas atravesando la tierra?

Encallada, muchas veces en la cima de un monte,
aparece grandiosa en su caudal de templo:
el músculo amputado al dios,
el gesto de un rostro desaparecido,
la huella de un pie gigantesco,
el pensamiento redondo,
el labio que exige sacrificios,
el falo soberbio de las vírgenes
que bajan de una lúbrica estrella,
el cuenco de la mano, la macana, la mueca, el pánico, el odio…

¡Ahora viene el hombre caminando!
El hombre sellado como una piedra.
La inscripción a cincel fue deslabrada
y un borrón por nombre conmemora su libertad.
Si su silencio se midiera en islas
habría mar. Por eso la ceniza
en la frente es camino para continuar.
El tiempo nada más en la piel del estoraque,
el tiempo como un perro que nunca llega al hueso,
el tiempo ladrando como perro,
como un perro derrotado por los sueños.
En la superficie el tiempo: Heráclito el Oscuro
hubiera aquí encontrado que su río es la sed,
hubiese aquí encontrado que es mejor
el limo que los días, el cristal que las imágenes,
la rueda del molino igual agua.

Aquí las ruinas no están quietas
el viento las modela. Por ejemplo
lo que antes era escombro de palacio
lo convirtió en estatua la erosión
y lo que fue la sombra de la torre
es ahora la sombra del chalán.

Ese bote de lanza del jinete
contra algo inexistente, ese ademán
de contienda en esos ojos sin sueño,
ese violento paso del caballo
detenido por siempre, ese color,
fueron antes las bases de algún templo,
el comienzo de algún arco, el fin
de tanta fe entregada a un dios terrible.

Hoy es un rostro, máscara mañana,
sueño primero, luego ni recuerdo,
columna ardiendo en el viento en llamas,
tórridas manos sobre la garganta
del caballero ecuestre, río, ríos
de sombra al rojo blanco dominando
aquello que existencia fue sin duda.

En esta sucesión que nadie nota
algo que no se mueve ni transforma,
algo quieto a pesar de tanto caos,
algo que permanece sinembargo
aunque desaparezcan estoraques
y nazcan otros, aunque aquellos bosques
de serpientes de pie como escuchando
la flauta del encanto comprendieran
que nunca han existido.

Pero es que aquí, también, todo se queda.
Es que acaso ¿razón tenía Parménides?
En fundamento todo permanece,
los elementos son iguales siempre
y la materia siempre es inmutable,
inmóvil es el ser no se mueve
(ser y pensar son una cosa misma)
y todo esto que vemos y sentimos
es no más que un asunto incomprensible.

No más que la alta hoguera de la estrella
sobre este mundo. Nada más que el sueño
se pronto convertido en nada.  Nada
distinto al propio fuego en que se incendia
ebria, la luz, muy dentro de la tierra
o encima de la lámpara que lleva
todo nombre encendido. El estoraque
siempre tiene las luces apagadas.

Al polvo nada vuelve, todo queda
delante de los ojos y las manos
sin poder escoger huellas de arena,
sin poder encontrar en tanta forma
cosa distinta de nuestro fracaso.

Por esto Gorgias, Gorgias, yo te veo.
En la verdad te vi, en lo incomprensible
después de preguntar qué significan
esta vida, estos monstruos, estos sueños.

En llamas la ciudad y ardiente el viento
recorre enloquecido los recintos,
casas de citas, antiguos almacenes
de amor, fuego encendido, turbio fuego
que a los seres abrasa frente a frente
a la muerte. ¡Si fuese por lo menos
el fin, si por lo menos el comienzo!
Quiere quitarse llamas de la espalda
el viento. En la ciudad deshabitada
devastador ejército entra a saco:
aquí viola un recuerdo, allí un sueño
y más allá el estupro se convierte
en amo; dardos rompen el silencio
y cada sombra herida se hace grito
porque no hay sino sombras poseídas
por el viento, el que viene y el que va,
que nunca tiene paz, nunca sosiego.

La luz hierra los ojos como a un toro,
mueve entre brasas el herrete y marca
sin piedad en el monte un estoraque:
su cuño al rojo blanco cumple un fuego
lo que el destino castigó sin nombre,
sin consideración con esta tierra
para humillar al hombre que trabaja
el suelo y su existencia como nadie.

No hay mineral oculto en sus raíces
ni la vegetación sobre su lomo,
no hay árbol ni camino ni labranzas
y ni siquiera estrellas en lo alto:
huyó hasta el trueno, el rayo y el relámpago.
Nada queda de todo, todo es nada.
No se puede sentir la realidad
sino en los sueños. Tanto viaje humano
hasta el fondo del alma para verse
después de tanta huella igual que antes.

Sopla el viento la vida, la dirige
hasta la tierra, si, hasta la honda tierra
donde los muertos tienen la mirada
exactamente igual a la de muertos.
Hay que empezar a interpretar los actos
que nunca realizaron cuando vivos
y sus pasiones hoy desmoronadas
Igual que los amores repartidos
en tanto lecho muerto, en tanto vientre
hueco, en tanto vacío, en tanta nada.

Aquí los muertos que sembraron sólo
para dejarlos solos con sus muertos
se cansaron de estar muriendo muertos
y empezaron sus uñas a arañar
la dura tierra que les vino encima.
El trabajo empezó cuando su reino
prolongose debajo de los montes
luchando por el agua que bebieron
Hasta impedir que la humedad se fuera
por las hondas raíces de las hojas
a conocer los aires y los cielos.

Después se dieron cuenta de que el agua
no existe: una mentira del tamaño
de un río es comparable con la vida,
que tampoco existió. No hay sino sed.
Lo que existe es la sed y el resto es nada.

Hicieron los hombres el tiempo
para darle nombre a cosas
de las que poco sabían:
la vida, el amor y la muerte
y el destino de conocer
que los actos son las huellas,
los huesos, la piel, la conciencia.

Fue antes la montaña orgullo de la cordillera;
en su lomo retumbaban los relámpagos
como una crin de bronce en la nuca de un caballo.

El llano bebió el agua en la montaña
Y entonces, de un tajo, le cayó la sed:
fue un látigo con sevicia concebido:
las raíces se pudrieron y una lepra
roedora de piedras, amedrentó los fósiles
que dormían: a ellos también, a latigazos,
se les volvió al polvo y solamente
algo del olvido se escucha entre su sombra.

Antes la montaña invocaba la lluvia
pidiendo pan para su cuerpo estéril,
semen para su vientre,
pero implacable el cielo la condenó a su suerte:
hasta el propio cauce se bebió su río.

Primero fueron grietas, luego cayeron corredores, pasillos,
túneles se abrieron y un arado feroz
tirado por dos bueyes vengativos
la tierra roturó en laberintos.

Luego comenzó la guerra de las cosas:
chispas no sacaban las armas sino tierra;
las espadas, como labios, se rajaron de sed
contra relámpagos de sequía, contra la bota implacable
que caía, pero nunca la tregua. Fue la cal
contra el aire, el bario contra el infinito,
galope de tierra contra muros invisibles,
la desesperación contra las estrellas;
pájaros que hacían las veces de flechas
y los árboles de arcos;
plumas semejantes a las sombras, antorchas, danzas
luchando con innumerables pies; hormigas, larvas,
átomos contra energía y la gran diversidad
de  las especies esperando respirar aire de llamas.

La montaña en pedazos, cayó por fin vencida. 
Una ciudad creció en testimonio
de batalla. El viento se encargó de fabricar
el orgullo de la derrota.

Rotos por el destino, los castillos
están despedazados: de las torres solamente
el fundamento y las columnas despavoridas
tiemblan en la noche. Tienen el eco muerto
los grandes aldabones y las calles sin nombre
caminan torpemente. Altas eran las flechas
que culminaban la ojiva y más altas
las frentes de sus habitantes.

Las fuentes y los jardines, las alcobas por el amor cohabitadas,
los vientres sembrados clandestinamente y las generaciones
que apretaron su sed bajo tierra para seguir muriendo a gritos
¿Dónde se encuentran?
¿Dónde esta civilización inexistente?

El viento que viene y va sopla en la tarde
atravesado por la luz de mayo;
viene cantando de otras partes, canta
como si no volase por el mundo.

El viento suena, suena el viento.
El viento suena y en su frente
el tiempo, el tiempo de mañana,
el de hoy que es el de ayer: de siempre.
El viento en la ciudad, campana
de tiempo en el pasado, a fuego
lento el badajo, a pleno sol
el son por calles en derrota.

Se oye el rumor de muchos mundos,
de hombres que mueven sin sentido
los pasos, de huellas que cargan
peso de cuerpos sin destino;
se puede ver cómo ellos viven,
cómo pasan bajo las luces
de neón, cómo se transforman
de sombras iguales a sombras
iguales y a sombras de sombra.

Ahora un grito en la noche:
lamento mecánico sube
miedo, edificios arriba hasta
el alma, hasta el último piso
donde el viento y pavor lo arrastran
por ventanas, tejados, patios,
cortinas, muebles, huesos, nervios;
la sirena se mete dentro,
pasa veloz como sospecha
inquietando, metiendo el dedo
en la conciencia y cada vez
que suena llega hasta la boca
sabor de culpa porque todos
en la ciudad son los culpables:
por quien inquiere la sirena
con ojos de luz intermitente
y los demás, los que la escuchan.

La sirena persigue, clama,
es el anuncio de peligro,
es la voz de la soledad,
la flor de la angustia, palabra
igual en todos los idiomas
de la miseria, enfermedad,
del crimen.

Sobre un puente del río Main
está pasando una gaviota,
negra es el agua y blanco el barco
también de nombre La Gaviota.

Seguramente por allí
debió pasar cantando el río.

Y eso, que parece un castillo
sobre el muñón de los peñascos
¿no es el de Heidelberg?  Detrás
¿no estarán los muros de Córdoba?
y ¿no será una de aquellas
la Torre de San Juan  Abad?

Una campana entre ruinas
se revuelve en los campanarios,
como un caballo entre las llamas,
anunciando, sí, delirando
en pánico de bombardeo,
al borde de la misma muerte
tal relincho de fuego, como
feroz algara destruyendo.
allí está la Gedächtniskirche
que todavía es una llaga
de aquel Berlín bajo las bombas.

Eso que parece una calle
es el antiguo cauce del Támesis,
modesto río que cruzó
una ciudad de nombre Londres.
Nada en las ruinas tiene nombre.
Un árbol hubo aquí, ¿fue acaso
aquel maldito de Hiroshima,
monstruoso hijo del de la horca?
Será que aquí, en los Estoraques,
¿queda el lugar de punición
de las ciudades desaparecidas?


Ese mundo que se extinguió
tenía así que consumirse
porque al hombre le destruyeron
todo aquello que poseía:
la voluntad, la fe, el esfuerzo
de ser como su fantasía

la razón sobre su cabeza.

El viento suena, suena el viento.
El viento suena y la erosión
golpea en los ojos del tiempo
que aquí nunca vieron ciudades
sino a los árboles de arena.

Lejano todo, los países
extinguidos, el mismo tiempo;
lejano el día del exilio
como los pies sobre las uvas
cuando se bebe el vino. Lejos
del por qué  que nunca se supo,
del cuando, del ayer, del viento.

Si la peligrosa costumbre
de vivir sin destino, si
el descargar las propias culpas
nada más que sobre los actos,
si tanta nada descubrimos
y en tanta nada nos hallamos
¿en dónde poder encontrar
lo verdadero?

Aquí ya sucedió el juicio final.
lo demás son huellas, son restos,
testigos de lenguas cortadas
por las espadas de los ángeles.

Más aquello es otra cosa:
para nada cuenta el tiempo.
El hombre nunca estuvo, pero están sus sueños.
¿A dónde va la luz? ¿A dónde el viento?

La ciudad seguramente estaba amurallada.
Pero ¿quién hizo sus murallas?
Aquí el muñón de los castillos.
Mas la torre ¿de qué se defendía?
¿Qué fue lo que pasó?
¿Por qué esta ciudad es una tumba?

Dos columnas anuncian su reino.
Por la izquierda va subiendo el bosque
de ruinas. Al otro lado el vuelo de los pájaros
y por encima el sol casi crepúsculo.
¿Hubo aquí alguien?

Toda la montaña es estoraques:
los templos pretéritos -acaso sin Dios- donde la vida
no existió, las grandes pagodas, la rutilante cúpula,
el vuelo audaz del arquitrabe,
la complicada seriedad de la archivolta
y nada menos que el sueño, es decir, lo único
que de los hombres existe. Arriba el látigo
de los arcos cruzados, el surtidos de piedra, el arte
que innominado artesano cumplió, y abajo
el apoyo eficaz del arbotante, los muros con largos ventanales
y el pie de la columna resistiendo
el peso de siglos.

Aquí las columnas hacinadas
recuerdan no se sabe si los bosques de olivos
que uncidos a nudos arden como lámparas
o los dedos de innumerables manos enterradas
cuyas palmas el destino no escribió;
se puede pensar que son raíces
por entre las que pasa un dios
o sus bases las copas que se hunden
por respirar en tierra un cielo
de constelaciones de polvo.

En la hora del crepúsculo, en la cumbre,
se abren estoraques aún no concluidos.
La mano ágil del viento los modela todavía.
Pero nada de amor. La sed no existe.
Nada de vivir, la vida
no existe. ¿Y qué?
En este mundo los actos son columnas,
testimonios, materia de verdad.
El resto, es nulo.

Por si estuviera el dolo
¿quién lo permite?
Si el dolor o la razón o el sueño
¿se les ordenara?
Y los que piedra a piedra, brazo a brazo,
movidos por el látigo o el hambre
hicieron la muralla, ¿dónde se encuentran?
¿Ah de la ciudad! Y ¿quién lo dijo?

Entre el mañana y el ayer no más
que el rudo corazón dando la hora
y el paso de las nubes y los días
y el subfondo de actos enterrados.

Entre hierbas y templos y columnas
se recuerda: ¿quién no tuvo el sueño para huirse?
Y ¿quién no deseó en un instante
hacer con el olvido un arco
para matar lo sido?

Atrás, lo que de todo depende: un alma abierta
es decir, el otro cuerpo. El alma cae,
se abre, ilumina y cae.

¿Dónde el agua?
¿En qué civilización se encuentra el agua?

Por fuera, semejante al maíz es una llama
y por dentro el destino. Por fuera el hueso
y por dentro el castigo. ¿Qué vientre
los parió? Y ¿cuál fue el semen?

Se desprende del sueño algo así como ventana:
Fuego en las sienes, divinidad, silencio,
luz. Detrás comienza lo que somos
en el otro mundo.

Ese hueco, en verdad, por el que pasa
el tiempo no logra nunca espacio. Le pregunto
a lo que fue qué ha pasado,
a la piedra, al dolor, al propio nudo
del hombre.

Aquí no hay agua. Ni sed.
No hay nada. El tiempo se ha perdido:
el viento es aire de otro tiempo.

Empecé por abrir la soledad
como quien destapa una botella
y no encontré ningún camino;
di pasos atrás para buscar palabras y cantar
Y no vi nada;
volví por la ciudad y sólo el viento,
el que sube y el que va, como perdido,
como buscando a Dios, como arañando
los altos, los duros, los broncos estoraques.

(1961- 1963)

Cote Lamus, Eduardo, ESTORAQUES.
Bogotá, Ediciones del Ministerio de Educac
ión.
Imprenta Nacional, 1963.
Fotos Estoraques: William Claro Delgado
Foto pueblo: John León

JORGE ROJAS. POESIA

JORGE ROJAS. POESIA

Jorge Rojas

(Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, 1911 – Bogotá, 1995) Poeta colombiano que fue el animador y editor de los cuadernos de Piedra y Cielo, que dieron nombre al grupo poético por él fundado. Fue el primer director del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

En su primer poemario, La forma de su huida (1939), es patente la influencia de algunos poetas españoles contemporáneos, como Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas. La influencia de Juan Ramón Jiménez se prolongó en el volumen La ciudad sumergida (1939), primero de una colección de cuadernos poéticos impulsada por Rojas que tomó el nombre de un libro de Juan Ramón (Piedra y cielo, 1918) y a cuyo alrededor se formó el grupo poético Piedra y Cielo, en el que participaron jóvenes poetas como Tomás Vargas, Darío Samper, Arturo Camacho, Gerardo Valencia, Eduardo Carranza y Carlos Martín.

Jorge Rojas

La estética de Jorge Rojas y sus compañeros “piedracielistas” postulaba la recuperación de una literatura neosimbolista, plagada de sutilezas verbales y basada en el legado recibido de la mejor lírica española, desde el Siglo de Oro hasta la Generación del 27. Dentro del formalismo, su tendencia a seguir la tradición clásica les condujo a recuperar el gusto por la metáfora barroca y el lenguaje recargado (de amplias resonancias gongorinas), que en la producción particular de Jorge Rojas se tiñó además de un neorromanticismo depurado (muy propio de la primera etapa de Juan Ramón Jiménez), visible en su tendencia a la confidencia sentimental.

La eclosión del piedracielismo coincidió en Colombia con un despegue económico del país, que progresaba por un sendero opuesto al que habían comenzado a transitar estos poetas. Los poetas del grupo se alejaron del racionalismo y el practicismo surgidos al amparo del proceso de modernización para volver los ojos al pasado y a su propio interior, y ahondar en los matices del sentimiento, en temas más etéreos que terrenales. Se dio la paradoja de que estos poetas tuvieron éxito entre los lectores, que recitaban de memoria sus versos. Pero la falta de espíritu renovador fue una grave limitación que, a la postre, dejó reducida a anécdota la aventura de los piedracielistas.

Dentro de su predilección por los temas y los moldes clásicos, Jorge Rojas cultivó el soneto en su siguiente entrega poética, Rosa de agua (1941), iniciando una evolución hacia un tono más sensual e intimista y una línea temática americanista. Dos de las series de sonetos que conforman este poemario (las tituladas “Momentos de la doncella” y “Sonetos elementales”) fueron traducidas al francés por el narrador, ensayista y crítico literario Reims Roger Caillois. En Soledades I (1948), recogió una serie de composiciones elaboradas entre 1936 y 1945. Se trata de poemas extensos que, concebidos como cantos de meditación amorosa, exaltan la figura de la mujer en relación con la Naturaleza, dentro de esa corriente de panamericanismo literario que convirtió en materia poética los campos, las ciudades, los hombres y, en definitiva, la geografía y la historia del continente. Soledades II (1965) se compone de piezas similares escritas entre 1950 y 1964.

El resto de su producción poética, en la que cada vez cobró más peso específico la descripción del paisaje colombiano, se completa con Cárcel de amor (1976) y Soledades III (1985). Su último libro, Huellas (1993), retoma sus temas predilectos (el paso del tiempo, el amor, la muerte) con versos de precisión y factura admirable. Rojas brilló también por sus traducciones en verso (como la del Cementerio marino, de Paul Valéry) e incursionó en el teatro con La doncella de agua (1948), pieza de teatro poético más pensada para la lectura que para la representación.

 

OBRAS

 

Acción de gracias por el beso

Aire de entonces 

Angustia del amor

Confidencia 

Crepúsculo     

Cuerpo en la oscuridad

Declaración de amor

El agua  

El amor  

Ella  

En su clara verdad

Epístola moral a mí mismo         

Fragante soledad

La soledad

La última forma de su huída

Las islas de tu imagen

Lección del mundo   

Momentos de la doncella

Mujer cerrada

Narciso

Niña

Nocturno de Adán

Preludio de soledad

Razón de ti

Retozo       

Salmo de la triste desposada

Si quieres acércate más…        

Sitio de sueño y vida

Verdad de ti       

Vida

Puedes escuchar al poeta en: La voz de los poetas
Puedes escuchar su poesía en:
De viva voz

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Poesía sensual

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Acción de gracias por el beso

Gracias, amor, de nuevo tu criatura
se inclina al vasallaje de tu peso.
Encadenado estoy, me tienes preso
entre la red sin par de tu hermosura.

Gracias, amor, por esta cosa pura
que a través de la carne te alza ileso.
poder la boca convertirse en beso
es ser el fruto sólo la dulzura.

No importa, amor, que el labio ante el abismo
del gozo haya quedado silencioso
si es casi el pasmo como el verso mismo.

Gracias, pues tu lenguaje me ha enseñado
que en el silencio todo es más hermoso
y lo callado es más que lo cantado.

 

 

 

Aire de entonces

El aire de un abrazo de ríos sin deseo.
Los árboles, un aire vegetal de palomas.
La tarde era un ligero movimiento del párpado,
y la escarcha, la espuma fácil de tu sonrisa.

La veleta era el viento clavado en una espina.
Tu niñez, la distancia que había entre los lirios.
Orilla de tu sueño y pestañas de música
era entonces el ojo limpio de la mañana.

Venías de más lejos que un hombre de un olvido.
En tu lejana sangre había brumas y mástiles.
Entonces yo era triste y miraba el silencio
creyendo que el silencio era la oscuridad.

Todo mi afán de viajes ancló sobre tu piel
que iba bajo el sol sosteniendo la luz;
proa, el pecho hendía dulcemente los días
y el corazón sabía cómo es de azul el mar.

Por cada rosa un sitio en el aire tus hombros
dejaban redondeado por dónde tú pasabas,
y el viento en tus cabellos era sólo un pañuelo
estampado de aromas y soplos de colores.

Tus ojos no tenían color que yo pudiera
decir como palabras: «saúz»  o  «golondrina».
corrías como el agua y el agua de tu risa
subía a los tejados a hacer la tarde clara.

Hoy que ni los espejos saben cómo mirabas
cuando tu edad de lino te daba a las rodillas;
yo te recuerdo y digo simplemente las cosas
como si las sacara de una gota de agua.

Era entonces el tiempo dulce de nuestro encuentro.
La saeta era un rumbo sin ¡ay! en la llegada.
El jazmín, un recuerdo de olor en tu memoria.
Y el bronce era una brisa con olor de campana.

 

 

 

Angustia del amor

Bajo mi piel, ¡qué viento enloquecido,
por valles de la sangre y sus colinas,
estremece un rosal, de más espinas
que de fragantes rosas florecido!

¡Qué agreste furia, qué hórrido sonido
de árbol cayendo y ciegas golondrinas
convoca su ulular entre las ruinas
de un efímero beso consumido!

¡Qué amargo mar su desatado llanto
encrespa entre mi ser! ¡Qué tolvanera
de angustia envuelve el hálito del canto!

¡Amor, fugaz Amor! Sin ti no fuera,
dentro de mí, un vértice de espanto
la hora, en cada instante pasajera.

 

 

 

Confidencia

Somos el uno para el otro, ¡mujer!
Nuestros corazones se encuentran
en la misma palabra del libro que leemos,
va nuestra mano trémula,
en busca de una misma rosa.

A veces no me atrevo a mirarte
pues tus ojos límpidos
no soportarían el resplandor que me ciega.
Y de repente nuestros labios se juntan
y no los separa ni el rayo.

Y nuestra propia muerte tiene que esperar
hasta que nuestros cuerpos
den paso a cualquier otro designio.

 

 

 

Crepúsculo

Intuyo tu presencia.
Silencio de tu voz.
Vives en el paisaje.
Pura prolongación.

Nos llaman. Despertamos.
Van tus cabellos sueltos
-estandartes de sol-
comandando los vientos.

Los caballos galopan
y la tarde agoniza.
¿Brisa? Ciclón al frente
de rosas amarillas.

 

 

 

Cuerpo en la oscuridad

Te adivino tendida
bajo la leve túnica
de aroma que te cubre,
mientras el sueño mide
el espacio profundo
que hay del párpado al alma.

Respiración y nieve
hacen bajo el perfume
invisibles colinas;
la oscuridad me llena,
la ansiedad de tus formas:
montes de lilas pálidas,
desmayadas palomas.

Trino de amanecer,
sombra de arbusto fresco,
eres nueva en mis manos
sólo por el milagro
del mundo en las tinieblas.

¡Qué rosas de tu cuerpo
florecen al hallazgo
múltiple de mis dedos!
Te palpo y eres mía
y mis manos son cestas
para el fruto del tacto
maduro ya, en la rama
trémula del deseo.

 

 

 

Declaración de amor

¡Oh! mi enemiga,
a medida que me cuentas tu vida
cómo hierve dentro de mí un veneno dulce,
un humor amargo, una uva terrible.
No he debido saber ni de dónde venías.
¿Qué más daba, un remoto país
o un reciente amante?
Quiero exterminar todos los sitios
donde estuvo tu corazón o tu piel.

Mas, oh encadenado, sólo puedo volver añicos
este mapa de colores que pinté cuando niño.
¿Qué más debo destruir? ¿Nada más?

Sí, también, cada día, morderé en tus labios
todos los besos que ahí han quedado
junto a los nombres de las ciudades.

 

 

 

El agua

Beso sin labio, novia en tu desvelo
esperando una boca que te beba;
y niña aún si un cántaro te lleva
arrullada en los brazos bajo el cielo.

Llueve, y el mundo goza de tu vuelo;
danza la espiga, ábrese la gleba
y es más dulce cantar cuando se prueba
tu líquido que sabe a nuestro suelo.

Saltando entre los juncos extraviada
en busca de la sed, corza ligera,
has quedado en mi mano aprisionada.

No importa que quien te haga prisionera
te dé su forma, corre alborozada
persiguiendo tu forma verdadera.

 

 

 

El amor

Estar nuestro querer
gozándose en sí mismo
al pasmo de un instante
no soñado. Vivido.

Sin pedir ni dar nada
ver mi fondo en tu fondo.
Ser objeto e imagen
como el agua del pozo.

Beatitud de lo cierto:
aquiescencia de Dios.
Nescencia de la duda:
presencia de tu amor.

 

 

 

Ella

Poma en sazón. Y el tallo estremecido
de la vida se alza tan ileso
que parece tan sólo el claro peso
de la luz el volumen florecido.

Nada más dulcemente sometido
que el aire a su existir, hay algo en eso,
como de pulpa prodigando el beso
de aroma su contorno diluido.

El aroma no es más que la distancia
entre la fruta y ella. Si muriera,
¿ya para qué el perfume? Sin fragancia,

¿para qué la manzana? Si pudiera
ella ocultar su cálida sustancia
el cuerpo de las frutas no existiera.

 

 

 

En su clara verdad

                            “…porque había derramado mi alma sobre la arena,
                                         amando a un mortal como si no fuera mortal”.
                                                           San Agustín, Confesiones. IV-VIII-13

Perdóneme el Amor haberlo amado
en el cuajado sol de los racimos;
en la pronta vendimia de los labios;
en el cristal en fuga de los días.

Perdóneme el Amor haberlo amado
sobre la rosa que meció su vida
pendiente de la luz
y en pétalos de sombra se deshizo.

Perdóneme el Amor haberlo amado
en el azoro de pupilas húmedas:
en fáciles paréntesis de abrazo;
sobre entregados hombros me llevaron
sin devoción el peso de mi sangre.
Perdóneme el Amor, siendo tan puro,
haberlo amado en la caída sombra
que limita la piel de las criaturas,
y haber vertido en sus oscuros ríos
mi sangre de campanas navegantes
y mi gozo que abría las mañanas
azules, en los ojos del rocío,
para fundar la luz sobre la hierba.

Y le ofrezco al Amor el tierno tallo
de sollozo en mi cuello florecido.
Y la semilla de mi sal doblando
la espiga horizontal de las pestañas.
Y mi verdad tan claramente mía,
oscurecida por buscarla blanda
hechura de materias derrumbables.
Y le ofrezco al amor haber tenido
un transparente corazón de agua
y haberlo dado pródigo en mis manos
a la sed de los otros, y dejado
sólo a mi sed la piedra de su cauce.
Y le ofrezco al Amor volver al ancho
lugar de soledad donde me espera
y dice su silencio, sin garganta
para expresar su voz que no limita
ni acento, ni palabra, ni sentido.

Y prometo borrar bajo mis ojos
el rostro de mujer que pintó el sueño
en los lienzos purísimos del alba;
y su cuerpo de ardidas geometrías
con su sombra de lirio entre mis brazos;
y la callada curva de su alma
que en el maduro instante del encuentro
pesaba blandamente contra el hombro.

Y prometo arrancar del leve tacto
la sensación de fruta que me daba
la tierna pelusilla de la carne,
cuando pasaba yo sobre su cuerpo
la cóncava frecuencia de mis manos;
y su oculta tibieza y sobresalto,
y el casi pensamiento de los senos
en la quietud redonda de sus mieles.

Y prometo también que los pequeños
cálices que florecen en su lengua,
y los racimos de viscosos jugos
que cogen los sabores y los hacen
una insistente flora submarina
donde recuerda el beso los corales,
no me darán su hiel de verde espada,
ni sus dulces violines derretidos,
ni las rendidas sales de su llanto,
ni el limón sorprendente a que sabía
la piel bajo los vellos que ocultaban
su minuciosa red de escalofríos.

Y prometo arrojar sobre una playa
-a orillas del silencio y del sollozo-
el caracol sin mar de mis oídos,
para olvidar su voz entrecortada
por sirenas de música y espumas
de risa en las riberas de su labio.

Y prometo que el aire que la envuelve
no dejará que yo bajo la noche,
pueda medir, basado en el aroma,
el alto sueño y el profundo abrazo
de su cuerpo entreabierto dulcemente,
ni que sus muslos como dos rosales
en perfumada laxitud me digan
el olor de sus sangre enamorada.

Y prometo también no ver la noche
para abolir la sombra de su sexo;
y destruir el fondo de mí mismo
donde crecen columnas en mis huesos
y el silencio se comba como un templo
sobre el arco tendido de la sangre.

Y qué rumor de lienzos desgarrados
rodará del recuerdo. Qué vitrales
de partido color mostrará el ojo
caídos bajo el polvo de las lágrimas.
Y cuánta dura arista habrá en la dulce
huida redondez de las imágenes.
Y cuánta soledad contra los muros
donde estuvo mi lámpara alumbrando.
Y cuánto corazón bajo las ruinas
de tantos corazones destrozados.

De tal destrozo quedaré yo solo
de pie, pero tendidos en el alma,
cuántos alzados ríos de voz clara,
cuánto dolor caído de mi gozo,
cuántas vidas marchitas en mi vida,
cuánta perdida fe y oscura grieta,
del odio en los cimientos quebrantados.

Tú solo, Amor, me prestarás tu nuevo
labio perennemente preparado;
tu estambre de cristal que clarifica
con azúcar de soles la mañana,
tu espacio de milagro donde flota,
perdido el peso y dolorosamente.
el corazón del hombre como un barco
de sollozo en un agua de saetas.
Te buscaré en el quieto movimiento
de mi ansiedad que espera tu llegada;
bajo el caído párpado del sueño
donde guardas tus luces esenciales;
en el follaje de la interna noche
pugnando por cubrir tu inmensidad.
Sabré de tu presencia, sin sentidos
que te tiendan espacios, ni volumen
para medir tu aliento imponderable.
En el cambio ordenado de las cosas
el llanto será mar o enredadera,
vendrás amor, y encontrarás más limpia
y oreada mi voz en los collados
de mi eterna esperanza que se abre
de par en par al  «aire de tu vuelo»”.

Tú solo, Amor, me plantarás la rosa
fuerte, que, con sus pétalos de instante
temblorosa de júbilo y de esfuerzo,
detenga y pasme en mágico equilibrio
la inminente llegada de la muerte.

 

 

 

Epístola moral a mí mismo

                                                              …tal soy llevado
                                       al último suspiro de mi vida
                                                     Anónimo. Siglo XVII

Que fácil es vivir: un ascenso continuo
sin que nos turbe el viento, la llovizna, las hojas
que mueven dulcemente los aires del camino,
e impasibles seguir la cuesta rumorosa.

Que fácil es vivir: marchar siempre adelante
dejando los jirones del sueño entre las zarzas;
no regresar al sitio donde el trino de un ave
traspasaba la luz virgen de la mañana.

Que fácil es vivir: no beber del arroyo
que calmaba mi sed y contuvo sus labios;
no hallar entre su linfa nuestro antiguo contorno
y amar más lo presente que todo lo pasado.

Que fácil es vivir: si al galope del transcurso
los árboles amados cayeron en el bosque,
no indagar por los nidos, ni buscar el dibujo
que en su tronco trazamos de nuestros corazones.

Que fácil es vivir: no tornar las pupilas
para ignorar dónde cayeron nuestras lágrimas,
callar que a nuestro paso quedan sólo cenizas,
cenizas de minutos, de besos, de manzanas.

Que fácil es vivir: no vagar en la noche
solo, bajo las frondas, mientras cae la lluvia
con un verso insistente en los labios o un nombre
de mujer que tal vez no conocimos nunca.

Que fácil es vivir: decir súbitamente
“Cuan tibia está mi casa” “qué hermosos mis caballos”
mostrar como los trigos y los honores crecen
y saber desde ahora qué viene cada año.

Que fácil es vivir: no perder un instante
tendido sobre el césped contemplando las nubes
ni extasiarse mirando la estrella de la tarde
mientras del campo suben las sombras y el perfume.

Que fácil es vivir: tallar el pensamiento
como frío diamante y hacer de las facetas
puras de la razón, un conjunto perfecto
más por número y orden que por su iridiscencia.

Que fácil es vivir: buscar solo la luna
cuando es noche de luna. Y la perla y la rosa
tenerlas en la mano. Desechar la locura
de ambicionar las gracias perdidas o remotas.

Que fácil es vivir: deshacer las estatuas
de sal que alzó el recuerdo a espaldas de la vida.
No dar un paso atrás. Ni una simple palabra
repita cuanto ayer pudo ser nuestra dicha.

Que fácil es vivir: llegar a lo más alto
de la vida y mirar la prometida tierra,
y ver por fin, o vida, los soles del ocaso
dorar las yertas torres donde la muerte espera.

 

 

 

Fragante soledad

                                              “Huelen hasta tus ojos
                                      celestes de cristal…” J.R.J.

Qué fragante soledad ha dejado tu cuerpo
en este anochecer.

Regusto el aire.
Olisqueo la almohada
donde se desató tu pelo
Busco tu olor de rosa estrujada,
me hundo en el recuerdo de tu axila,
de tu pubis, donde -eterno Narciso-
persigo la imagen de mis labios.

Ya es inútil buscarte en el lecho,
en el vano de las ventanas,
entre el marco de los espejos,
entre el dogal de mis brazos.

Qué fragante soledad.
Huelo mi propio olfato.

Deambulo por los senderos crujientes
detrás del taconeo de la lluvia
viendo gotas como estrellas
entre los gajos de las acacias.

A cada paso
siento tu nombre debajo de la lengua
como un granito de azúcar.
Tu nombre que huele a ti
hecho de letras como pétalos.

¡Aquí no, pienso, todavía no!
Salgo a la vastedad del campo,
encuentro lo más redondo del silencio,
me sitúa en su centro,

y entonces te llamo a gritos
para que tu nombre
se deshoje
y mi voz se rompa al unísono
contra cada uno de los puntos
que limitan el círculo de mi soledad.

 

 

 

La soledad

Siempre la soledad está presente
donde estuvo la voz y fue la rosa,
en todo lo de ayer su pie se posa
y le ciñe su sombra dulcemente.

El recuerdo que está bajo la frente
tuvo presencia. Fuente rumorosa
fue su paso en la tierra, cada cosa
lleva su soledad tras su corriente.

Es soledad la miel que dora el seno
y soledad la boca que conoce
su entregado sabor de fruto pleno.

Cada instante que pasa, cada roce
del bien apetecido, queda lleno
de soledad, al tránsito del goce.

 

 

 

La última forma de su huida

El humo de mi pipa ya no es humo
sino la fuga azul de mi cerebro
hacia la orilla última del mundo
y hacia el último mundo en que te pierdo.

Acabando en el mundo del recuerdo,
sin olanes de límite en los brazos,
no nos definen términos los cuerpos,
y tan solo mi pie mueve tu paso.

Ya no hay brisa que pase entre el abrazo
ni mi sangre suspira por tus venas.
No hay beso que separe nuestros labios,
ni punteros de instante mientras juegas.

No hay sombra para dos cuando a mí llegas
en el desvelo de la madrugada,
porque el límite interno de mi esencia
es el límite externo de tu alma.

Fuiste la desazón, y eres la calma.
Eras el horizonte, y en el filo
de mi partida anulas mi llegada.
De tanto que eras mía te he perdido.

El humo de mi pipa ya se ha ido
confundiendo a la niebla del pasado;
desnuda estabas, de humo te he vestido
y el humo que te viste te ha llevado.

 

 

 

Las islas de tu imagen

¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus retratos.
¡Cómo hay allí de azules!
Cielos de azules claros
que fueron con nosotros de la mano.
Vientos que no se ven y te despeinan.
Carreras detenidas en el aire
te suben los vestidos.
Y mi gozo
temblando en los azules, en tu pelo,
en la sombra de ti,
sobre las piedras
mientras tú las pisabas.

Las horas se quedaron sorprendidas
como en relojes muertos.
Como vuelos de pájaros sin alas,
como un amor delante de mujeres
que no existieran  nunca. Se quedaron
echadas cara al cielo
en mi álbum de estampillas de las islas
borradas de tu imagen.
Todo quedó allí quieto:
el movimiento
desertó de su fin.
El columpio en el aire bien pudiera
sin momento de apoyo ni llegada
devolverse al cenit de tu capricho.
La cinta que me diste, ecuadora
la levedad del oro en tu cabeza.
Estos retratos tuyos te devuelven
en un itinerario de jardines,
de la rosa al botón,
y quedas niña,
con tu verdad primera,
con tus trajes de holán adolescente,
con tu dolor negándose a venir.
¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus retratos.
¡Estos retratos tuyos!
Los de ver con los ojos,
los que tienen tamaño y se colocan
en una extensión cierta entre dos vidrios,
como cruzando un cuerpo entre dos aires,
conciben el espacio sólo tuyo.
Aquel espacio,
que contuvo tu cuerpo una mañana
al moverte, quedaba esclarecido,
preciso, limitado, diferente,
y era extensión sin cuerpo en el espacio
ese claro dolor de no seguirte,
como claro dolor de no seguirlo
los vidrios sin retrato.
¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus retratos.
El otro que atestigua que en el tiempo
fuiste potencia y acto
y rebelde a la gloria en que te vivo,
te muestra de dos años.
O el de vientos grumetes que te cercan
y de tus ojos verdes en el lago,
el del retrato aquel de las sirenas
sacado a la memoria de las barcas,
el de faldas veleras que te ciñen,
retrato de los lagos.
Este otro, el preferido, con su fondo
de silencios llamando,
con el tren que se va y el alma en tierra
al borde de las vidas como rieles;
el de lágrima al fondo, donde escala
el corazón el muro de los ojos,
el de la blusa clara
de telas primordiales que te llevan
y tu almita lavada de quince años.
Las horas se quedaron sorprendidas
como en relojes muertos.
Como vuelos de pájaros sin alas.
Como un amor delante de mujeres
que no existieran nunca. Se quedaron
echadas cara al cielo
en mi álbum de estampillas, de las islas,
borradas de tu imagen.

 

 

 

Lección del mundo

Este es el cielo de azulada altura
y este el lucero y esta la mañana
y esta la rosa y ésta la manzana
y esta la madre para la ternura.

Y esta la abeja para la dulzura
y este el cordero de la tibia lana
y estos: la nieve de blancura vana
y el surtidor de líquida hermosura.

Y esta la espiga que nos da la harina
y esta la luz para la mariposa
y esta la tarde donde el ave trina.

Te pongo en posesión de cada cosa,
callándote tal vez que está la espina
más cerca del dolor que de la rosa.

 

 

 

Momentos de la doncella

1. El sueño

Dormida así, desnuda, no estuviera
más pura bajo el lino. La guarece
ese mismo abandono que la ofrece
en la red de su sangre prisionera.

Y ese espasmo fugaz de la cadera
y esa curva del seno que se mece
con el vaivén del sueño y que parece
que una miel tibia y tácita lo hinchiera.

Y esa pulpa del labio que podría
nombrar un fruto con la voz callada
pues su propia dulzura lo diría.

Y esa sombra de ala aprisionada
que de sus muslos claros volaría
si fuese la doncella despertada.

2. El espejo

Retrata el agua dura su indolencia
en la quietud sin peces ni sonidos;
y copian los arroyos detenidos
sus rodillas sin mancha de violencia.

Sumida en esa fácil transparencia,
ve sus frutos apenas florecidos,
y encima de su alma endurecidos
por curva miel y cálida presencia.

Con un afán de olas, blandamente,
cada rayo de luz quiere primero
reflejarla en la estática corriente.

Y el pulso entre sus venas prisionero
desata su rumor y ella se siente
a la orilla de un río verdadero.

3. La muerte

Igual que por un ámbito cerrado
donde faltara el aire de repente,
volaba una paloma por su frente
y por su sexo apenas sombreado.

Y por su vientre de cristal -curvado
como un vaso de lámpara- caliente
el óleo de su sangre dulcemente,
quedó de su blancura congelado.

Sus claras redondeces abolidas,
bajo la tierra al paladar del suelo,
entregaron sus mieles escondidas.

Y alas y velas sin el amplio cielo
de su mirada azul, destituidas
fueron del aire y fueron de su vuelo.

 

 

 

Mujer cerrada

Plena mujer. La siesta diluía,
en sus huesos de flauta melodiosa,
frutos y miel. La arteria rumorosa
bajo la piel sus cálices corría.

Un zumbido de abejas circuía
sus oídos. El vaho de la rosa,
la movible nariz, en mariposa
de alillas agitadas convertía.

Se desvelaba el sueño entre su frente
cuando el ala del lino le rozaba
el cuerpo de pereza y de serpiente.

la sangre la mordía, y si lloraba,
virgen de abrazos, yerma de simiente,
con besos de sí misma se besaba.

 

 

 

Narciso

Ojos de mar y senos como olas;
largos muslos de río, y cabellera
fluvial bajo la espalda, ella era
toda de agua y líquidas corolas.

buena para la sed; y verdes colas
de sirena cruzábanle la esfera
de la pupila; el sueño se volviera
delfín para gozar su amor a solas.

Sexo y canción, yo estuve de rodillas,
doblado, como un junco, aún me veo
sobre sus transparentes maravillas.

El agua se entreabrió y un aleteo
de cristales cruzó por sus orillas
y allí cayeron cántico y deseo.

 

 

 

Niña

Niña en el tacto de la luz te siento
diluida en palabras, gesto, risa,
levemente agitada por la brisa
que dan las alas de mi pensamiento.

Niña que pasas con el movimiento
sin curso de la flor, lleva tu prisa
un amoroso tiempo de sonrisa
en cada eternidad de tu momento.

Niña que traspasándome la frente,
como flechas de sol un claro río,
haces pensar en ti tan dulcemente.

Está tu voz en el espacio mío,
salvándome el instante, como un puente
hecho sobre una gota de rocío.

 

 

 

Nocturno de Adán

Estoy desde hace siglos despierto sobre el mundo
mirándote, tendida a mi lado, extenuante
hoguera de perfumes, de sonrisas, de frutos,
y si busco tu sombra me vigilan los ángeles.

La forma de tu rostro es la misma que engendra
órbitas y estaciones sobre sus claros ejes
y da normas al sol, la luna y las estrellas,
y gobierna el transcurso de la rosa y la nieve.

Te cobija el arbusto de la sabiduría;
y convocas la luz y te besa la luna
los pies; y los luceros te forman una cinta
de claridad que ciñe, temblando, tu cintura.

Tus ojos escaparon al mandato divino
que puso en el azul señales de la noche,
y estás sobre la tierra entre Dios y el rocío,
turbando con miradas el sosiego del orbe.

Oh sellada mujer. Hecha del mismo grano
de mi profundo sueño y mi pobre sustancia
yo sé que la ternura se reclina en tus brazos
y el lirio, mientras duermes, con su sombra te guarda.

Muerdes jugosos frutos que compartes conmigo
y en su pulpa me das tu saliva y tu aliento;
y estamos entre el agua, y las ondas del río
arrastran tu temblor para abrazar mi cuerpo.

Y en este vivo espacio de cristales y lianas
también he visto tu desnudez rotunda,
y en el vaivén del juego, llenar de curvas blancas
el lugar de las olas hecho para la espuma.

Parece que del fondo de tu carne naciera
el sol, con su encendida muchedumbre de rayos,
y el espacio rutila donde tu piel empieza
a derrotar las sombras con un temblor dorado.

Tendida en la ribera, van quedando tus miembros
inmóviles y tibios a la orilla del agua,
y sube de ti un vaho y un calor de tus pechos
que dulcemente doran la piel de las manzanas.

A veces la mirada he posado en tus muslos,
y he visto lentamente sobre tu piel cernirse
la palidez, quedabas igual que un cuarzo húmedo
cuando el sol va secando su dura superficie.

Tus cabellos revueltos azotan mis costados;
y me hieren tus uñas de joven bestezuela,
entonces en mi espalda crecen flores de espasmo,
igual a cuando cae sobre el agua una piedra.

Me turban tus preguntas y prefiero estar solo;
yo que nombré las cosas que sobre el mundo caben,
me quedo sin palabras delante de tus ojos
y si te vas no acierto con qué nombre llamarte.

Tus hombros que descienden firmemente del cuello,
dejan caer tus brazos en redonda cascada,
hombros donde se posan tu mejilla y mi sueño
con un párpado de humo y una rosa tronchada.

Qué arco, que compás va a medir tu cadera,
que la forma construye rica de proporciones
y en donde el crecimiento de la curva semeja
el flanco tembloroso de una llama en la noche.

Tus muslos poderosos como horqueta de árbol,
fuertes como tenazas, atraen como el abismo;
y allí el desvelo muestra tu sexo enamorado,
sus profundos infiernos, sus altos paraísos.

Qué redondo tu vientre, cuyo límite ordena
todo cuanto fue caos en torno de su centro;
la noche lo circunda, y el horizonte queda
con el cielo encerrando su círculo perfecto.

Soledad de tu pubis en inmensa blancura
de la creación sin mancha. Miro su breve vida
de rosa no deshecha. Su potencia desnuda,
su acto por llegar de furor y delicia.

¿Qué espero que no caigo como un pesado fruto,
si siento derrumbarse mis hombros en tus hombros?
¿Si cada rosa escucha un llamado profundo
y hasta los astros caen de un cielo a otro más hondo?

Llámame con tu voz de paloma y colmena,
con tu voz de resuello, de grito, de palabras.
Llámame con tu silbo que en el aire me espera
y hace salir los peces encima de las aguas.

Oscura, ciegamente, voy llegando a tu boca,
donde la lengua emerge como un maligno estambre,
sítiame con tus dientes. Tómame gota a gota.
Caigan por fin los ángeles malditos de mi sangre.

II

                                “…echémosle de aquí no sea que
                                                       viva para siempre…”.
                                                                    Génesis, III, 22

Como un terrible vendaval en el bosque,
aún tiemblan mis raíces. He caído; un silencio
igual a la distancia que hay entre Dios y el hombre
agranda esta tremenda soledad en que muero.

La destrucción me rinde con su implacable sitio,
la he visto en las pupilas de palomas y peces
y en el tiempo y el agua. Mis brazos en el río
no pueden detener ni su dulce corriente.

Todo muere. Los besos han quedado en el suelo
igual que tibios nidos o recientes retoños.
¿Tanta palpitación, tanto hermoso deseo
cómo puede quedar convertido en escombros?

Todo el azul le he dado por tu sexo sombrío.
La rosa de indecisos aromas la he cambiado
por tu piel de agrio clima. Manzano de exterminio
donde la muerte clava su diente cotidiano.

Tuve la frente alta, levantada a la pura
proximidad de Dios. Mis ojos alcanzaban
a contar las estrellas. Hoy de sus luces últimas
sólo queda mi rostro salpicado de lágrimas.

En vano alzo los ojos. Inútilmente clamo.
La soledad opone su muro silencioso.
¡Soy libre!, me repito, y detrás de mis pasos
un ruido de cadenas agoniza en el polvo.

Bajo la inmensa noche en la lucha con el cuerpo,
el alma como un ángel invisible aletea,
vástago del azul quisiera alzar el vuelo
mas ¡oh contienda inútil!  ¡Oh condición terrena!

Ya todas las criaturas saben que llevo expuesta
la sangre como un hilo que pudiera romperse,
y el hierro me persigue y la espina me acecha,
y en cada instante un poco de mi vida perece.

De la inmortal estirpe del cielo me separo,
por batallar mi pan y beber mi amargura.
Vengo a enterrar mis alas porque sólo mis brazos
anuden el amor y desaten la lucha.

Si ahora es necesario morir, si tuve en vano
contra mi cuerpo un día desnudo el paraíso,
¿qué importa? fueron mías las mieles del pecado,
antes que labio alguno lo hubiese conocido.

Mujer que te apareces ondulante y erguida,
igual que una serpiente cubierta de manzanas.
Enemiga del cielo. En tus claras rodillas
conviven dulcemente el pecado y el alma.

Tu desnudez en balde se rescató en la higuera
y desde entonces nada puede ocultar tus pechos;
más altas son tus formas debajo de la seda,
y en la noche más brilla tu piel bajo el deseo.

Brota en ti la mentira que embellece tus labios,
como el pezón en lo alto de la tensa blancura.
suma de imperfecciones y tesoro de halagos,
inagotable fuerza donde todo se muda.

Tu sexo que me enturbia el correr de la sangre
diluye su negrura más allá de la noche,
allá donde los sueños súbitamente saben
cuanto la luz del día ni siquiera conoce.

Pago en pequeñas muertes tu galope nocturno.
Eva. Dispensadora del amor y el desmayo,
mientras el paraíso que compartimos juntos
otra vez nos destierra de su estéril espacio.

Huyo de ti deshecho y mi cuerpo disfruta
su libertad sin rosas y su amor sin cadenas;
pero siempre el anillo duro de tu cintura
me encierra en su mandato y a tu ley me regresa.

Ofréceme el infierno nuevamente en tu mano.
Déjame tembloroso de pavor sobre el mundo.
Materia de la llama. Criatura de relámpagos.
Soy tu rehén de guerra y el pasto de tus triunfos.

A pesar de que eres dadora de la vida,
madre de los humanos, por ti todo perece
y acatas el designio del polvo y la ceniza.
El ser que de ti nace sólo hereda la muerte.

Condéname a buscar nuestra alianza en los huesos
si te esposó el oficio con sortija que daña
y te lanzó a la muerte como a profundo hueco
donde el ardiente labio para el beso se acaba.

Como fruta caída que se pudre en el suelo
es amargo este beso que me llevo a los labios.
Cuanto ansiamos es triste y cuanto poseemos
y más que lo perdido nos da pena lo hallado.

Aunque el amor no muera con espadas de olvido,
de cada abrazo un ángel de tedio nos expulsa.
Con todo, de ti vengo y a ti voy, azar mío,
oh mujer, dulce monstruo de placer y amargura.

Destino de mi tacto, claridad de mis ojos,
aspiro tus axilas y me bebo tus lágrimas,
y mi oído en la noche recoge tus sollozos
igual que un caracol en la orilla del alma.

La sal mide tus labios y la sed te convida
con su insaciable arena a darme el beso último,
el que más sabe a llanto, porque toda caricia
es triste como sombra de un antiguo infortunio.

Oh criatura de espanto, cómo te pertenezco;
siendo mi propia hija me señalan tu esposo
y eras también mi madre. Maldición de mis huesos
en donde estaban todos los linajes monstruosos.

También eres yo mismo, por eso cuando te amo
me miras como un pozo que copiara mi angustia,
y por borrar mi imagen te deshaces en llanto.
¡Oh soledad de amor! ¡Oh imposible ventura!

III

                                       “Ella quebrantará tu cabeza…”
                                                                        Génesis, III, 15

Con todo, de ti nace la doncella sin mancha:
blancura del cordero, misterio de la harina,
pasmo de la pureza, surtidor de la gracia
en quien el pacto tiene su esperanza cumplida.

Oh Eva, señalada por la muerte y el ángel,
venga el divino pie a posarse en la tierra,
su huella te sostenga y el amor te levante
mientras que a la serpiente quebranta la cabeza.

 

 

 

Preludio de soledad

Vagaré bajo la sombra y las estrellas
que conocen mi frente y sus desvelos,
contaré como pétalos sus rayos
sin pedir al azar su vaticinio.

Quiero con mis pisadas
recorrer hacia atrás,
horas que se quedaron extasiadas
en el reloj que el sol eternizaba,
y repetir: ¡Dios mío! ¡Cuántos nombres!

Criaturas, norte, sur, sólo viento y ceniza,
ebrios itinerarios que extraviaron mis brújulas.

Hay algo indefinible entre el follaje,
un olor de mujer que no regresa.
Ya las palabras no tienen el deleite del labio,
se borran en el aire como saetas de humo,
caen en la hojarasca
ajenas a su rumbo y su herida.

En una escondida copa,
el alma ha guardado todas las caricias
y cuando la luna me alarga los brazos
por sobre los senderos
y no encuentro a nadie vivo
acerco sus bordes a mi sed.

Sin olvidar que un gran silencio
soporta otros silencios,
y así se levanta la torre
donde habitó la soledad.

 

 

 

Razón de ti

Fuiste sol, fuiste llama, fuiste lumbre,
canto en la soledad, como un concierto
de cristales celestes que no puedo
fingir en los recuerdos del espacio.
Cerca de ti también germen y fruto,
el alma floreció como un retorno
de eterna eternidad en el minuto,
y se hizo gozo en el dolor del fruto,
y se hizo canto en la embriaguez del gozo.

Y razón suficiente de la vida,
norma, fin y principio confundidos,
eras eternidad.
Y cómo ahora,
siendo que estabas hecha de presentes,
podré decir: “¿Tú fuiste”?

 

 

 

Retozo

Escucha, no importa que te lo diga
por teléfono,
de todos modos son palabras
a tu oído.

Te amo.

¿Por qué somos así?

Mientras tú hueles una rosa
yo gusto un vino.

Porque somos así
iguales cada uno
en la plenitud de su destino.

Me amas como soy
si no sería equivocarte.

Te amo, y me equivoco
y vuelvo a amarte.

¡Cómo te amo!

 

 

Salmo de la desposada

                                    “Narrabo omnia mirabilia tua”.
                                                            David, Psalmo IX-2

Por la dulzura que hallaste en mi soledad
te alzaré de los hombros con mi voz de colmena
                                                        abandonada.

Arrancaré de tus dedos todo lo que te encadena,
todo signo que oscurezca tu piel
y no habrá más sortijas que tus venas.

Entonces vendrás a mí tan nueva
como si nunca hubieras sentido peso sobre
                                                          tus hombros.

Y empujaré tu sangre hacia atrás
para verte de quince años y comiendo cerezas.

Yo soy el que tú, de niña,
habías oído navegar entre los caracoles.

El que refería cuentos de azúcar a las naranjas
cuando volvías de jugar al aro.

el que hacía los sueños de lino y ángeles
sobre las sábanas limpias.

El que en el día de tu primer espanto
puso amapolas en tu lecho.

Yo aún no era poeta
pero los naranjos ya tenían idea del azahar; y
                                                                 pensaba:

«Cuando te encuentre
te seguiré buscando día a día.

te besaré a distinta hora
para cambiar la llegada de la noche.

Abandonarás tus ropas con olor de mujer sobre
                                                                    los surcos
para que la tierra sepa que ha de florecer.

Cuando sea el tiempo de las orquídeas, las prenderé
                                                                    de tu pelo
y tus orejas pequeñitas confundirán la cosecha.

Comeremos frutas silvestres y andaremos descalzos
para que nos sepan los labios a rocío.

No entraremos a las ciudades y a los templos
para que no haya hechura de hombre entre la piel
                                                                       y Dios.

Serás el regreso para aquel hijo mío
que está perdido desde el principio del mundo.

Cuando acunes los brazos y te doble el arrullo
el mimbre pensará que sobra en las riberas.

Y tu blancura propiciará la onda
donde el molino sueña la flor de sus harinas.

Y cuando haya necesidad de velar por el cocimiento
                                                                        del pan
me llenarás la boca de granizo para apagar los besos.

Escamparás la lluvia dentro de un caracol
y mi mano cogerá tu canción y la alzará a mi oído.

Te arrojarás al fondo de los ríos
para pasar sin caer de una nube a otra.

Hundirás las manos en la tierra llovida
para indicar el sitio de los lirios.

El primer día que cantes talaremos los árboles
porque ese día serán inútiles los nidos.

Y al oír tu voz se verán defraudados los panales
y no creerán más en las abejas».

Esto te lo digo yo.
Ahora escucha esto que sí te digo yo.

Canta, hasta que sientas
que te duelen los párpados.

Piénsame, hasta que el sueño
te vaya llenando de golondrinas.

Suéñame hasta que la noche
tenga que refugiarse en las campanas.

Quiéreme, hasta que los ojos
se te llenen de lágrimas.

Llora, hasta que las lágrimas
hagan huir los pájaros.

Llámame hasta que crezcan
espinas en mi oído.

Espérame hasta que los peces
se hayan bebido todos los ríos y canten.

Porque un día ha de ser.

 

 

 

Si quieres acercarte más a mi corazón…

Si quieres acercarte más a mi corazón
rodea tu casa de árboles.

Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
mientras menos lograda más lejos de la muerte.

Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.

El grillo que devana su pequeña madeja
de soledad y extiende su música en la hierba.

Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.

Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
el césped silencioso y el agua cantarina,

y el quieto surtidor verde de los sauces
para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.

El huso de los pinos donde la sombra crece
que hile la blandura de los atardeceres.

Y cuando esté maduro el silencio del bosque
pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.

Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
con la misma dulzura con que se toca un arpa.

Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
te entregue la delicia de las futuras pomas.

Y las redondas bayas -madurez y deseo-
pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.

Y decoren de plata sus hojas las acacias
como si amaneciera la luna entre las ramas.

Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
un loto te recuerde bajo la luz tranquila.

Y la savia palpite si grabas en los robles
el contorno perfecto de nuestros corazones.

El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
a tus manos la ausente materia de mis sienes.

Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.

Despertarán entonces al vaivén de las ramas
más pájaros que cantos caben en la mañana.

Y la luz será lira sostenida en el aire,
iniciación del alba, límite de la tarde.

Acércate al rumor del viento entre los árboles,
amada, y sentirás el rumor de mi sangre.

 

 

 

Sitio de sueño y vida

¡Devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!
La de los dos, aquella
con mordisquillos tiernos
de cielo entre las puntas,
que una noche inventamos.
Donde tú me esperabas
a las nueve, saltando
de una luz a un reflejo
o asegurando el vértice
total de nuestros ángulos

¿Y mi vida? ¿En dónde está mi vida?
¿Por qué miraré atrás para encontrarla?
En la muerte delante
la que marca el camino.
Lo último que queda.
La solución del grito.
Con una estrella roja iré más frío
-yo mismo haré mi frío-
que el alma de los hielos
por la noche del sueño irremediable.
¿Ya para qué la estrella?

Hacíamos del mirar
maromas, y nos íbamos,
tú por los hilillos verdes,
yo por cuerdas oscuras
a sus playas; de súbito,
gozosos, con la mano
puesta aún en el álbum,
de todos tus retratos
yo, y en los labios tú,
la oración de la noche
porque yo fuera bueno.

¿Ya para qué ser bueno si me odio?
¿Si quiero hundirme donde nunca encuentre
ni la estrella, ni el sueño, ni la absurda
compañía de mí mismo?
¿Y para qué ser bueno?

Tal como si te fueras
por tu sueño en la alcoba,
te ibas con el pijama
azul de hilos marinos
que guardaba en sus redes
peces -los de tu piel-
sueños de rosas tiernas.

Junto a tu cuello como junto al mío,
los minutos se aprietan desollados.
buscan su piel de instante.
¿No sientes cómo gritan?

¿Y para qué tu piel de rosas tiernas?

Hoy he vuelto a la estrella
a las nueve, y no estabas.
He llamado por todos
los golfos de la isla,
-isla de ensueños náufragos
sobre los caballetes
de oro  donde cuelgan
los columpios que mecen
el vuelo de los ángeles,
y era como el desierto
sin bocas en el aire
para decir el eco.

¿Y para qué una voz si nadie escucha?
¿Si perdiste tu voz?
¿si ni la mía puedo ahora encontrar?
¿Y para qué una voz?

He vuelto y ya no estaba
más que tu ausencia ancha,
como una nada extensa,
en donde fracasaran
los aros de la luz
y negaran la estrella
donde nos encontrábamos.
Di, ¿tal vez la llevaste
y la tienes debajo
de la almohada escondida
con mis versos? ¡Devuélvela!,
devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!

¿Y para qué la estrella
si no te iré a buscar?
Ya no me encontrarás. ¿O acaso puedo
interrogar yo mismo lo que he sido?

¿Hubo acaso una estrella?

¡Pensar que era mentira!

 

 

 

Verdad de ti

Aquí quedó la forma de tu huida.
Como la flor tronchada, en el vacío
queda erguida en perfume, el canto mío
te levanta en el aire, florecida.

El tallo de mi voz tiene tu vida
en su rama invisible, como un río
levísimo de llanto o de rocío
la más lejana estrella sostenida.

Como el mar que se fue queda evidente
en el empuje manso de la ola
dibujada en la arena, dulcemente

te me vas y te quedas -forma sola
de tu no ser- presente en mi presente
como erguida en perfume la corola.

 

 

 

Vida

Vivir como una isla,
lleno por todas partes
de ti, que me rodeas
ya presente o distante

con un temblor de luz
primera, sin pulir,
sin arista de tarde,
ni sombra de jardín.

Y ángeles en espejos
guardando tu mirada
para hacerse verdades
y noches estrelladas.

LUIS VIDALES. POESIA

LUIS VIDALES. POESIA

 

(Calarcá, 1900 – Bogotá, 1990) Poeta colombiano autor de Suenan timbres (1926), el mejor y casi único poemario vanguardista en Colombia, cuya índole innovadora se manifiesta en la ruptura con los esquematismos y en la búsqueda de nuevas formas expresivas de la sensibilidad contemporánea.

Luis Vidales

Luis Vidales estudió en Bogotá y en París, en la Sorbona y la Escuela de Altos Estudios. En sus años jóvenes colaboró con diversas publicaciones literarias y políticas y residió en Génova, con el cargo de cónsul. De regreso a Colombia, fue uno de los fundadores del partido comunista y su secretario general. Por su actividad política fue detenido treinta y siete veces y expulsado de su cátedra de la Universidad Nacional en 1945. Entre 1953 y 1960 se estableció en Chile.

Vidales se inició en la poesía muy joven, componiendo versos modernistas al modo de Rubén Darío; en las reuniones del grupo de Los Nuevos entabló una amistad que sería decisiva con Luis Tejada, el cual le incitó a escribir algo más que sonetos. Cuando Vidales leyó algunos versos de su obra Suenan timbres en el café Windsor, lugar de reunión de Los Nuevos, Luis Tejada colmó de elogios la obra. Las composiciones de Suenan timbres, aparecidas en 1926, le valieron el honor de ser incluido por Borges, Huidobro y Alberto Hidalgo en su Índice de la nueva poesía americana (1926), en la que Vidales fue el único colombiano de los sesenta y dos poetas hispanoamericanos seleccionados.

Suenan timbres fue la única obra poética estrictamente vanguardista escrita en Colombia en aquella época; de ahí el escándalo y la incomprensión con que fue recibida en su país. No había medida en los versos, ni rima, ni ritmo; sus temas no eran sentimentales, ni su lenguaje el que habitualmente se encontraba en obras poéticas. En su lugar, el poemario trata temas cotidianos, con el lenguaje del pueblo de la calle; se trataba de una poesía de ideas, expresada en un tono juguetón y humorístico. Vidales cedió a la intuición renovadora de José Asunción Silva y se apropió con sagacidad de las grueguerías de Ramón Gómez de la Serna. Con él irrumpió en el país esa antipoesía que cobija lo feo y lo cotidiano. Su afán de soberanía expresiva recuerda a Vicente Huidobro y su osadía, a Picasso. El influjo del libro en el desarrollo posterior de la literatura en Colombia fue considerable, especialmente en las recientes voces líricas nacionales.

// //

En 1978 Luis Vidales volvió a la poesía con obras de temática política como La Obreriada (1978) y Poemas del abominable hombre del barrio Las Nieves (1985). Otras obras en verso que deben citarse son su Antología poética (1985) y El libro de los fantasmas (1986). Cultivó además el ensayo en Tratado de estética (1945), La insurrección desplomada (1948), La circunstancia social en el arte (1973) e Historia de la estadística en Colombia (1978). En 1982 la Universidad de Antioquia le otorgó el Premio Nacional de Poesía en reconocimiento a su obra y, en 1983, la Unión Soviética le concedió el Premio Lenin de la Paz.

RAFAL MAYA. POESIA

RAFAL MAYA. POESIA

 

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   

Rafael Maya fue poeta, periodista, ensayista, escritor, crítico, abogado y diplomático colombiano. Nació en Popayán, marzo de 1897 y murió en Bogotá, el 22 de julio de 1980. Hijo del matrimonio de Tomás Maya Manzano y doña Laura Ramírez Caicedo, quedo huérfano a temprana edad y fue criado por Tomas Maya Manzano padre del siervo de dios Toribio Maya Sarmiento. Inició su formación literaria bajo la tutela del padre, pedagogo y hombre de letras, y realizó estudios en el Seminario Menor de Popayán, a cargo de los sacerdotes lazaristas, notable comunidad europea. En 1914 ingresó a la Universidad del Cauca, para finalizar sus estudios secundarios y comenzar la carrera jurídica. Entonces, ya Maya era conocido como poeta. En 1916 se celebró en Popayán un concurso literario para conmemorar el sacrificio de los próceres, y Maya obtuvo el primer premio con siete sonetos titulados “Mártires”. En 1917 publicó sus primeros versos en la revista titulada Liras Hermanas. Cumplidos los veinte años, se trasladó a Bogotá para continuar su carrera de Derecho en la Universidad Nacional. Allí sus compañeros fueron Rafael Bernal Jiménez, Augusto Ramírez Moreno, Primitivo Crespo y Germán Arciniegas. Alrededor de 1920, Miguel Santiago Valencia fundó en Bogotá la revista Cromos. Su sede reunió a los más prestigiosos intelectuales del país. Maya conoció entonces a Miguel Rasch Isla, Roberto Liévano, Eduardo Castillo, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero, León de Greiff y José Umaña Bernal. Formó parte del grupo de Los Nuevos, fundado en 1925. La importante agrupación de escritores estaba integrada no sólo por poetas sino también por periodistas, entre los cuales figuran Juan Lozano y Lozano, Jorge Zalamea, Luis Tejada, Felipe y Alberto Lleras Camargo, Germán Arciniegas, Luis Vidales, Germán Pardo García y muchos otros.

 

 Vida Publica

Al lado de sus intereses literarios, Maya desempeñó también diferentes cargos públicos. Fue el primer secretario de aviación en el Ministerio de Guerra, bajo la dirección del coronel Guichard, oficial francés, quien en 1922 fundó la aviación militar colombiana. Entre 1924 y 1930 trabajó en la sección de contabilidad de la Tesorería Nacional y en el Ministerio de Comunicaciones. En 1929 ocupó la rectoría de la Escuela Nacional de Bellas Artes en Bogotá. Maya realizó una intensa labor de difusión de la cultura nacional, como director de la crónica literaria de El País, en la cual realizaron sus primeras publicaciones los piedracielistas, a partir de 1936. En 1940 se vinculó como profesor al Colegio Mayor del Rosario, reemplazando en la cátedra de Literatura Colombiana a Antonio Gómez Restrepo. En ese mismo año, Eduardo Santos le impuso la Cruz de Boyacá, en la ciudad de Popayán. El poeta recibirá posteriormente varias condecoraciones.

En 1944 fue representante a la Cámara por el partido conservador. Su desempeño en el citado cargo fue muy breve, por la ausencia evidente de vocación política. En el mismo año la Academia Colombiana de la Lengua lo exaltó como miembro de número. Maya se recibió con un discurso titulado “Los tres mundos de Don Quijote”. En 1946 contrajo matrimonio con doña Nelly Gallego Norris, de cuya unión nacieron Clara, Cristina y Ricardo. En 1948 fue rector de la Escuela Normal Superior de Bogotá, hoy Universidad Pedagógica, y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional en el año de 1953. Ocupó la dirección de la Radiodifusora Nacional de Colombia en 1949, y en 1951; la de la Revista Bolívar, órgano de difusión del Ministerio de Educación Nacional. En 1953, Maya realizó su primer viaje a Europa, comisionado por la Universidad Nacional para asistir a la conmemoración del séptimo centenario de la Universidad de Salamanca. Pronunció en Madrid un discurso titulado “La lección de Salamanca”. Recorrió varios países, especialmente Italia y Francia. En París conoció al célebre escritor Ventura García Calderón, amigo personal de Rubén Darío. En 1956 Maya fue nombrado delegado permanente de Colombia ante la Unesco, en París.

Este segundo viaje le dio oportunidad de establecer importantes relaciones con literatos e intelectuales residentes por ese entonces en la Ciudad Luz. El maestro recordaba con especial entusiasmo su amistad con el hispanista Claudio Couffon, y sus tertulias con el gran novelista argentino Eduardo Mallea, con el historiador venezolano Parra Pérez, con el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade y con el escritor Zerega Fombona. Visitó, por otra parte, a Valery Larbaud, a quien tiempo atrás le enviara uno de sus primeros libros de poemas, que el escritor comentó elogiosamente. En el Instituto de Altos Estudios Hispanoamericanos de La Sorbona, dictó un ciclo de conferencias sobre literatura colombiana. En 1958, antes de su regreso a Colombia, permaneció algunos meses en Nueva York, donde ofreció con éxito algunos recitales. Entre los años 1960 y 1980, Maya dedicó su tiempo por entero a la literatura y al ejercicio de la cátedra en: La Universidad Javeriana, La Universidad de los Andes, en el Instituto Caro y Cuervo y en la Escuela Militar de Cadetes. En 1972 obtuvo el Premio Nacional de Poesía, y el año siguiente fue nombrado miembro de la Academia Colombiana de Historia. En 1979, el Banco de la República publicó su obra poética completa. Rafael Maya murió el martes 22 de julio de 1980, en la ciudad de Bogotá.

Obras

  • La vida en la sombra (1925)
  • Coros del mediodía (1930)
  • Después del silencio (1935)
  • Final de romance y otras canciones (1940)
  • Alabanzas del hombre y de la tierra (1941)
  • Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana (1944)
  • Tiempo de luz (1945)
  • Los tres mundos de Don Quijote y otros ensayos (1952)
  • La musa romántica en Colombia (1954)
  • Navegación nocturna (1955)
  • Estampas de ayer y retratos de hoy (1958)
  • Los orígenes del modernismo en Colombia (1961)
  • La tierra poseída (1965)
  • El retablo del sacrificio y de la gloria (1966)
  • Escritos literarios (1968)
  • El rincón de las imágenes (1972)
  • El tiempo recobrado (1974)
  • De perfil y de frente (1975)
  • Letras y letrados (1976)
  • Poesía completa (1979)
  • Obra Crítica (Dos volumenes, póstumo, 1982)

 Premios y distinciones

  • Gran Cruz de Boyacá en reconocimiento a su obra poética, 1940
  • Premio nacional de poesía (1972)
  • Homenaje póstumo a su vida y obra, HJCK, El Mundo en Bogotá, 1980
  • Homenaje a su memoria, Academia Colombiana de la Lengua, Bogotá, 1981
  • En Homenaje a su memoria se nombro asi una biblioteca de la Caja de Compensación familiar del Cauca (Comfacauca)

LEON DE GREIFF. POESIA

LEON DE GREIFF. POESIA

File:León de Greiff.jpg

Vida

León de Greiff a la edad de un año. La fotografía fue tomada por Melitón Rodríguez en 1896.

León de Greiff era hijo del dirigente político Luis de Greiff Obregón (1869 – 1944) y de Amelia Haeusler Rincón (1869 – 1947), cuyo padre era alemán. El bisabuelo de León fue un célebre ingeniero sueco Carlos Segismundo von Greiff quien se radicó en Colombia en 1826. El musicólogo, poeta e ingeniero Otto de Greiff fue su hermano menor. Su medio-hermano, Carlos Daniel de Greiff, cayó en una profunda depresión cuando perdió a su novia y comenzó a consumir drogas.

Su hijo Hjalmar hace la siguiente aclaración respecto a los antepasados del poeta: “Tanto sus padres como tres de sus abuelos y cuatro de sus bisabuelos eran colombianos, y curiosamente su abuelo alemán y bisabuelos suecos (llegados al país en 1839 y 1826 respectivamente) vivieron en Antioquia más tiempo que en sus respectivas patrias originarias.”[1]

Tuvo 4 hijos: Astrid, Boris, Hjalmar, Y Axel

Por parte de su abuela materna, Teopista Rincón de Velásquez, su genealogía se remonta hasta el Inca Huayna Capac. León de Greiff sería decimocuarto nieto del Inca Huayna Capac (undécimo soberano de la dinastía del Imperio Incaico que se inició con Manco Capac hacia el siglo XII en el Perú precolombino.[2]

El Liceo de la Universidad de Antioquia le otorgó el título de Bachiller.

En la Escuela de Minas de Antioquia (Hoy Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín) hizo algunos estudios de Ingeniería, los cuales abandonó para hacer unas cuantas semanas en la Facultad de Derecho de la Universidad Republicana de Bogotá, en 1914.

[editar] Autobiografía

León de Greiff escribió en su “Registro de Personal”:

“Estado Civil: Casado, bígamo y aún trigémino; Salud: Muy buena, gracias; Estudios que ha hecho: Filosofía y Letras – Un año de Ingeniería – Veinte años de tanteos sin rumbos; Escuela o colegio en que los hizo: Universidad de Antioquia – Escuela Nacional de Minas – Calle, alcobas, bibliotecas y cafetines; Grado o título que posee: Opifex Verborum – Extractor de esencias – quintas – Musúrgico – Acontista, etc. -Relapso y contumaz hereje; Habilidad especial: Tergiversante, signista, navegador de nubes, tocador de fagot, contabilista y estadístico, domesticación de culebras; (para los empleados de manejo). Clase de fianza: hipoteca sobre sus minas de Condoto (platino) y Netupiromba (peridotos y crisoprasas) y sus pesquerías de perlas en Beba-Beba y sus destilerías de Ginebra en idem; Número y fecha de la escritura: (no recuerdo); Notaría en que fue otorgada: usted notaría que no recuerdo ni el número ni la fecha: tampoco la notaría. (…)

En una entrevista el novelista Jaime Ibáñez le preguntó: “Diga usted, Maestro, ¿qué experimentó cuando sintió el deseo de escribir poesía?” Respuesta:

“En realidad, joven Ibáñez, creo no recordar cuando sentí tal deseo ni menos aún qué experimenté en tal momento crucialísimo… Hace tanto de ello. Tengo mis sospechas de que no experimenté nada especial y hasta que no sentí tal deseo. Mis primeros -como mis últimos- versos los hice y los haré casi que sin el propósito de lograrlos y sin que ningún afán acúcieme. La primera vez que incurrió en delito poético tendría el chico sus diez y seis años. Ello ocurrió en la Villa de la Candelaria. ¿Motivo, tema de la primera poesía? -Si lo sé mas no lo digo”.

[editar] Fundación de Los Panidas

Artículo principal: Los Panidas.

De Greiff hizo sus primeros estudios en el Liceo Antioqueño y después comenzaría la carrera de ingeniería en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Medellín de donde sería expulsado junto a otros estudiantes en 1913 por “subversivos y disociadores”.[3] Ese mismo año fue secretario privado del general Rafael Uribe Uribe, amigo personal de su padre, hasta poco antes de su asesinato.

Su nombre también figura entre los muchachos liberales que se enfrentaron en batalla campal e incruenta contra los muchachos conservadores del sacerdote español Cayetano Sarmiento en la Plazuela de San Ignacio el 11 de mayo de 1913. El jefe improvisado del bando rojo era el jovencito León de Greiff.[3]

En febrero de 1915 Los Panidas, que eran trece muchachos, publican su revista literaria con dicho nombre, de la cual los tres primeros números tienen como director a de Greiff y los siete números restantes a Félix Mejía Arango. Es en esta revista en donde publica su primer poema, La Balada de los Búhos Extáticos, en el cual ya se manifiestan el léxico poco usual, la ironía, el humor, el intenso lirismo entre arcaico y novísimo que caracteriza su poesía.

El poeta antioqueño definió así el propósito del movimiento literario:

“Nos animaba, ante todo, un propósito de renovación. Por aquellos tiempos la poesía (y el arte, añade el cronista actual) se había hecho demasiado académica. Nos parecía una cosa adocenada, contra la cual debíamos luchar. Fue esencialmente ese criterio de generación lo que nosotros tratamos de imponer”, León de Greiff.[4]

Pero la vida del primer movimiento literario y artístico modernista de Colombia duró sólo seis meses. En junio de 1915 se editó el último número de la revista y ese mismo mes León de Greiff se trasladó a la ciudad de Bogotá.

[editar] Los Nuevos

Comienza derecho en la Universidad Libre de Bogotá, pero tampoco termina esa profesión.

En 1925 participa en la fundación de un nuevo grupo literario, “Los Nuevos“, en el que participarían entre otros: Luis Vidales, Alberto Lleras Camargo, Rafael Maya y Germán Arciniegas. Este grupo edita la revista con ese mismo nombre siguiendo las tendencias modernistas más en boga en Europa.[5] La “sede” de Los Nuevos es el Café El Automático.

En 1925 publicó también su primera obra, “Mamotretos“, un título que utilizaría con frecuencia para darle un nombre a sus trabajos con el toque de ironía que lo caracterizaba.

Dos años después de la aparición de los primeros “Mamotretos“, es decir, en 1927, el joven poeta contrajo matrimonio con Matilde Bernal Nichols, a quien conociera en 1911 y de cuya unión nacieron cuatro hijos: Astrid (arquitecto) Boris (maestro internacional de ajedrez), Hjalmar (musicólogo), y Axel.

En 1930 publicó su segundo “Mamotreto”. Recorrió varios países latinoamericanos y europeos, trabajó en los Ferrocarriles de Antioquia y se dedicó el resto de su vida a escribir.

En 1965 tuvo un accidente que lo mandó al hospital. Murió en 1976 entre un gran reconocimiento nacional.

[editar] Como empezaron sus obras

Su pasión por la estadística y la contaduría le permitió ocupar cargos medios en diversas oficinas públicas durante décadas, mientras se empezaba a consolidar como uno de los intelectuales y bohemios más conocidos del país. Así mismo se desempeñó como profesor de literatura y redacción de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional (19401945) y de historia de la música en el Conservatorio de esta misma institución. Tras su fallecimiento, la universidad le rendiría perenne homenaje al darle su nombre al Auditorio Central.

Su obra fue intensamente polémica, debido a la experimentación permanente en cuanto a la forma, el estilo y el vocabulario que solía utilizar. Esta se encuentra condensada en volúmenes a los que llamó “Mamotretos“. Es así como sólo llegó a ejercer un modesto cargo diplomático en Suecia a fines de la década de 1950. En 1970 se le concedió el Premio Nacional de Poesía y fue postulado al Premio Nobel de Literatura, infructuosamente.[6]

[editar] Obras

  • Tergiversaciones (1925)
  • Cuadernillo poético (1929)
  • Libro de Signos (1930)
  • Variaciones alrededor de nada (1936)
  • Prosas de Gaspar (1937)
  • Semblanzas y comentarios (1942)
  • Fárrago (1954)
  • Bárbara Charanga (1957)
  • Bajo el signo de Leo (1957)
  • Nova et vetera (1973)
  • Libro de relatos (1975)
  • La noche negra

[editar] Mamotretos

  • Primer Mamotreto Tergiversaciones (1925)
  • Segundo Mamotreto Libro de Signos (1930)
  • Tercer Mamotreto Variaciones alrededor de nada (1936)
  • Cuarto Mamotreto Prosas de Gaspar (1937)
  • Quinto Mamotreto Fárrago (1954)
  • Sexto Mamotreto Bárbara Charanga (1957)
  • Séptimo Mamotreto Bajo el signo de Leo (1957)
  • Octavo Mamotreto Nova et vetera (1973)

[editar] Reconocimientos

(Medellín, Colombia; 22 de julio de 1895Bogotá, Colombia, 11 de julio de 1976), fue uno de los más destacados poetas del siglo XX en Colombia. Su nombre completo era Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Häusler y utilizó diferentes seudónimos para firmar sus obras, entre los cuales “Leo Le Gris” y “Gaspar de la Nuit” son los más conocidos. De Greiff fue de los primeros impulsores del movimiento literario. Los Panidas de Medellín en 1915, grupo de 13 intelectuales de ideas modernistas en literatura y arte que iniciarían las nuevas tendencias en dichas disciplinas en Colombia. En ese movimiento participaron, además, personajes como el filósofo Fernando González y el caricaturista Ricardo Rendón. La poesía de León de Greiff busca la sonoridad y es rica en propuestas lingûísticas asimiladas por otros al culteranismo o neobarroco poético. De una amplia cultura, de Greiff utilizó un vocabulario y giros del castellano antiguo, no siempre fáciles de comprender así como profundos conceptos filosóficos inspirados en el modernismo de los autores a los que acudió desde su juventud.

LUIS CARLOS LOPEZ. POESIA

LUIS CARLOS LOPEZ. POESIA

fue un poeta colombiano (18791950).

Biografía

Luis Carlos López Escauriaza nació en Cartagena de Indias el 11 de junio de 1879, el mayor de once hermanos, en una familia de comerciantes, distinguida pero de escasos recursos económicos. Estudió en escuelas locales hasta el bachillerato (escuela secundaria), a los que añadió estudios de dibujo y pintura. Inició estudios de medicina que tuvo que abandonar con motivo de la Guerra de los Mil Días, cuando fue apresado por el ejército conservador. Posteriormente se dedicó al comercio, en el familiar Almacén López Hermanos, actividad que nunca le satisfizo. Se casó en 1909 con Áurea Marina Cowan, con la que tuvo tres hijos. Tuvo una activa carrera periodística, siendo fundador del periódico La Unión Comercial, de fugaz existencia. Colaboró en diversas revistas como las literarias Líneas y Rojo y Azul, así como en los periódicos La Juventud y La Patria. Abandonado el negocio familiar vivió momentos difíciles desde el punto de vista económico. Ejerció cargos diplomáticos como Cónsul en Múnich desde 1928 y posteriormente, desde 1937, y durante siete años, en Baltimore. Siempre estuvo vinculado a los ambientes literarios de su ciudad natal, donde formó parte de varias tertulias. Muchos de sus contemporáneos le decían “El Tuerto” por su ojo con el que decía no poder ver, aunque en realidad era simplemente estrábico. Falleció en su Cartagena el 30 de octubre de 1950. Su ciudad le dedicó en 1957 como homenaje la escultura Los zapatos viejos esculpida por Tito Lombana, inspirada en su poema A mi ciudad nativa.

Obra poética

Publicó los siguientes libros de poesía:

  • De mi Villorio (Madrid, 1908),
  • Posturas Difíciles (Madrid, 1909),
  • Por el Atajo (1920),
  • Versos (1946)
  • También parte del libro Varios a Varios (1910) en colaboración con Abraham López Penha y Manuel Cervera.

Se pueden mencionar algunos de sus poemas: A mi Ciudad Nativa, Toque de Oración, A un Bodegón, Hongos de Riba, Se murió Casimiro, Canción Burgués, Campesina no dejes, Sepelio”…

Perteneció a la generación centenarista del postmodernismo hispanoamericano al igual que Porfirio Barba Jacob, José Eustasio Rivera, Eduardo Castillo y Leopoldo de la Rosa, llamados así por publicar sus primeros escritos desde 1910, año en el cual se conmemoraron 100 años de la independencia de Colombia.

Su poesía suele clasificarse como parte de la reacción post-modernista, más concretamente en la línea de reacción hacia la ironía sentimental y también tropical . Se trata de un poeta manifiestamente antirromántico, que no idealiza nada de cuanto toca, ni la mujer ni el amor ni la patria.

Por el contrario, Luis Carlos López se burla de sí mismo y de los demás. En sus escritos hay un melancólico tono de desilusión ante la vida, de mirar ante todo la fragilidad pasional del hombre. Escribe poemas sobre su natal Cartagena de Indias y siente simpatía por sus personas y cosas humildes: el cura, el juez, el barbero, el bollo limpio, la batea, su abuela, la tía, etc. Escribe también sobre la flora de su ciudad: el matarratón, la guanábana, el mango, entre otros. En su mundo plástico sobresalen los colores plata, ceniza, amarillo y pardo. Pero todo se contempla a través de la ironía, como sus descripciones perfectamente pictóricas de pueblos o de su misma ciudad, vistos con un aire irónico de ilustración.

Utiliza formas métricas clásicas, sobre todo endecasílabos, formando frecuentemente sonetos.

EDUARDO CASTILLO. POESIA

EDUARDO CASTILLO. POESIA

 

(n. en Zipaquirá en 1889 – f. en Bogotá el 21 de junio de 1938), fue un periodista, ensayista, cuentista, crítico literario y traductor colombiano.

Carrera

Estudió en su ciudad natal y luego en Bogotá, pero sus principales conocimientos los adquirió en forma autodidacta.[1]

Se lo ubica dentro de la llamada “generación del Centenario” (de corriente modernista) surgida alrededor de 1910 en Colombia.

Se desempeñó como crítico, teniendo una columna semanal en la revista Cromos a lo largo de casi 20 años. También trabajó en las revistas Lecturas Dominicales y El Nuevo Tiempo Literario.

Tradujo del francés, inglés, italiano y portugués obras de Samain, Copée, Baudelaire y Wilde, entre otros autores.

En 1928 publicó el poemario El árbol que canta.[2]

Pariente del poeta Guillermo Valencia, fue secretario del mismo, manteniendo una relación de recíproca influencia en sus obras.[3]

Obra

  • 1928 El árbol que canta
  • 2000 Cuentos inéditos (póstumo)